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Testimonio del terremoto de 1960


A 50 años - FINAL



Quilpué, Chile



"En Valparaíso y sus alrededores hay un número importante de nacidos en Corral que emigramos... Siempre he pensado, qué habría sido de nosotros de no haber vivido aquello que nos tocó vivir el 22 de Mayo de 1960. ¿Cómo serían nuestras vidas?"

Guillermo Henríquez Ortega publicó su relato “A 50 años” el 21 de Mayo de 2010 (léelo acá). Ahora ha enviado una segunda parte.

El relato anterior salió en poco más de una hora. Las ideas salieron a borbotones: 50 años esperaron para ello. Muchas veces quise escribirlo y publicarlo; muchos amigos, en el transcurso de estos 50 años me lo sugirieron. Traté de hacer un relato objetivo. La objetividad, no obstante, está sólo en las primeras dos líneas. En esta última parte quiero sólo hacer mención a que fuimos testigos privilegiados de una tragedia que afectó a un pueblo completo, espectadores ubicados en primera fila de la obra magistral del desmadre de la naturaleza. Todos los elementos de Corral y sus alrededores se transformaron en una especie de títeres manejados por las fuerzas superiores en el magno espectáculo que estábamos presenciando y que no obstante lo infernal de la situación, conllevaba una belleza sublime, con visos de tragedia surrealista y que creo nunca más volveré a presenciar. Tampoco veré más situaciones inexplicables como la del bombero que en la torre del Cuartel de Bomberos de Corral, tocaba las campanas en señal de alarma; lo vimos caer con la torre en la embestida de la segunda gran ola a la masa de agua con lodo, maderas y todo lo imaginable y, a los pocos días lo vimos caminando muy bien por lo que quedaba de las calles de Corral. ¿Milagro? No lo sé.

El mar, tan amigo nuestro, apacible y hasta mágico, era un ser, aquel día 22 de Mayo, malévolo que, portador de muerte y destrucción, asolaba a todo ser viviente horrorizado de su poder destructivo. Me crié al lado del mar; jugué con él y en él, pero le tengo un respeto reverencial. La vida de Corral y de los corraleños cambió de manera drástica. Muchos salimos a otras ciudades o regiones del país. En Valparaíso y sus alrededores hay un número importante de nacidos en Corral que emigramos a esta zona. Inclusive, en El Belloto, hay un Centro de Corraleños que se junta cada cierto tiempo para hacer recuerdos del pueblo natal. Y siempre he pensado, qué habría sido de nosotros de no haber vivido aquello que nos tocó vivir el 22 de Mayo de 1960. ¿Cómo serían nuestras vidas? De seguro, no tendría la linda familia que ahora tengo y los fabulosos amigos que en distintas partes de Chile he cultivado. Por ello, y no obstante lo vivido, sólo me resta decir GRACIAS A LA VIDA, que me ha dado tanto.

Para finalizar, una reflexión sobre Corral: las veces que he podido, he ido a visitar mi pueblo natal. Allí hubo una industria ballenera; estaban los Altos Hornos, empresa que dio origen a Huachipato. Corral siguió con vida con la Cia. Haberveck; destruida también ésta, es poco lo que hay. Se está explotando el bosque nativo, transformado en chips y exportado. No quiero que Corral se transforme en un pueblo fantasma. No quiero que se diga más adelante que hubo un puerto que como los pueblos condenados a cien años de soledad, no tuvieron una segunda oportunidad sobre la tierra. Los corraleños que tuvieron el coraje de quedarse necesitan de políticas públicas que incentiven su desarrollo y oportunidades de manejar con asertividad el tremendo potencial marítimo y turístico que posee. Corral está inserto en la novel Región de Los Ríos, una de las más hermosas del país.

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